A finales del verano de 1995 subí a la Pica d’Estats (3143 m). En el descenso, tras alcanzar la cima, una niebla espesa lo cubrió todo y me perdí. La aventura se prolongó durante dos horas y media y no tuvo más consecuencias que pasar la noche al raso porqué oscureció. Pero, la sensación de estar perdido y no ver nada, solo blanco, me tocó mucho y al año siguiente realicé una serie de tres fotografías que titulé La congoja del alpinista.